sábado, 2 de febrero de 2008

Estampas gijonesas / Semeyes de Xixón (3)

Aquí están las de esta semana. Que os gusten.

Creo que es el primer cartel bilingüe bien traducido que veo.


El parque de El Cerillero.

El parque de El Cerillero.



La semana que viene, más.

martes, 29 de enero de 2008

Cuentos a la carta

Bueno... Ahí abajo tenéis a Alfonsito.
Por si hay alguien nuevo explico: todos los martes publico un cuento a la carta. En los comentarios a esta entrada se vota, entre las opciones siguientes, el que será publicado dos semanas después de esta entrada.

- El músico I: Madrid
- El músico II: NYC
- El músico III: Bs. As.
- El músico IV: BCN
- Malos tratos, discriminación de la mujer y divorcios

La semana que viene, La piscina. No garantizo que su título definitivo sea este.

P.S. Hacedme el favor de ser un poco originales y no me votéis todos lo mismo, por Dios.

Alfonsito

Alfonsito es un señor de algo más de 40 años. Trabaja en una pequeña tienda de su propiedad, y viste siempre de blanco impoluto porque hace sólo tres años la tienda era una panadería, que pertenecía a Doña Dulcinea, digna sucesora de una estirpe de amantes de la literatura clásica y madre de Alfonsito.
Alfonsito, con gran visión comercial, decidió que una panadería no era negocio suficiente, y arrinconó el pan en una esquina, llenando el escueto local de estanterías rebosantes de productos envasados. Esto lo llevó a cabo dos meses después, exactamente, de la muerte de su madre, coincidiendo con la venta del piso en que ambos habían residido.
En el barrio, donde todavía todos conocen la vida de todos, nadie sabe dónde vive ahora Alfonsito. Algunas señoras le han preguntado abiertamente, pero él, con mucho ingenio, siempre responde con evasivas: "¿No querrá usted acosarme, doña Virtudes?", le dijo a una; "Eso es un secreto de estado, señora Benita", le dijo a la otra. Así que, como tampoco ha querido nadie molestarse en seguirle, el domicilio de Alfonsito permanece desconocido.
Alfonsito no es muy alto: debe rondar el metro sesenta y cinco. Le sobran diez o doce kilos, y cubre su calva con una loncha raída de pelo grasiento que, aunque no lo parece, lava cuidadosamente todas las semanas. Adorna su rostro con un bigote, que cuida menos que su pelo pero luce mucho mejor.
Alfonsito desayuna todos los días en el bar del Urco. El Urco se llama Sebastián, y la única persona que recordaba porqué le llaman el Urco murió dos meses y medio después que Doña Dulcinea, la madre de Alfonsito. Así que ni siquiera Sebastián sabe porqué le llaman así.
En el bar del Urco Alfonsito consume todas las mañanas un café con leche grande y un curasán a la plancha, con mermelada de melocotón. Cada día hojea un periódico, fijando la vista en sus páginas como si leyera los titulares con gran concentración: en realidad lo único que le interesa es el horóscopo. El periódico que manosea cada día lo elige de manera aleatoria. Siempre quiere leer alguno que ya está ocupado, y busca siempre ciertas características en la persona a la que le pide el diario. En orden decreciente de importancia, estas características son: que sea mujer, que sea joven, que sea guapa, que sea desconocida. Esto podría explicar porqué Marisol siempre coge dos periódicos.
El Urco, desde sus casi dos metros de altura y con su voz aflautada, comenta todos los días, al salir Alfonsito del bar, que a este hombre le falta un hervor. Si Marisol no ha abierto aún la mercería de su abuela, responde que no, que lo que le pasa es que es tonto. No falta quien le diagnostica retraso mental, estupidez congénita o incluso un complejo de Edipo mal resuelto. Pero en realidad nadie tiene constancia de que ningún psiquiatra haya tratado a Alfonsito.
Después de desayunar, Alfonsito abre la tienda. Suele ser entre las nueve y las nueve y veinte de la mañana. Y, desde ese momento, no sale de la tienda hasta que cierra. Para comer, Alfonsito suele abastecerse de su propio stock, lo mismo le vale hacerse un bocadillo de atún con pimientos y mayonesa que una auténtica fabada asturiana Litoral. Cierra durante una hora, pasa a la trastienda y allí, sentado en el camastro en el que duerme todas las noches, engulle lo que toque mientras escucha atentamente Radio 3. Después de comer, a veces se echa un rato, pero lo habitual es que lea compulsivamente cualquier cosa encuadernada que haya encontrado en sus paseos dominicales.
Porque Alfonsito pasea, todos los domingos. Sale de la tienda a las ocho de la mañana, y recorre la ciudad durante todo el día cumpliendo una ruta cuidadosamente trazada. Camina durante la mayor parte del tiempo, pero también coge dos autobuses para poder alcanzar todos los puntos de interés de su garbeo semanal.
Y la culpa de todo la tiene Amélie. Porque se le ocurrió viendo la película, claro. Y por eso su ruta dominguera incluye los tres fotomatones cuya existencia conoce. En las papeleras de sus cercanías, Alfonsito busca fotos desechadas. Casi nunca encuentra nada, y cuando encuentra algo, no suele valerle. Porque a Alfonsito sólo le valen las fotos de mujeres, jóvenes, guapas, y desconocidas. A pesar de lo poco fructíferas que son estas paradas, no se le pasa por la cabeza abandonarlas.
Además de los fotomatones, Alfonsito visita algunos contenedores de reciclaje de papel, a ver si puede rescatar algún libro, o en su defecto alguna revista. Luego, acude a unos baños públicos a darse su ducha semanal, y hambriento y bien aseado, vuelve a su tienda.
Allí, para acabar el día, encerrado en la trastienda, en el camastro, escuchando Radio 3, rodeado de latas de conserva y alguna que otra cucaracha, Alfonsito repasa su album de chicas guapas de fotomatón. En realidad, de fotomatón sólo hay tres fotos, las demás son de las revistas. Muy metódicamente, después de revisar el album, contempla las nuevas adquisiciones, y con mucho sigilo, como si temiera que alguien le pillara, se toca. Si acaba satisfecho, añade las novedades al album; si no, las tira a la basura. Siempre, todos los domingos, tras devolver el album a lo alto de la torre de paquetes de latas de guisantes, suspira, se mesa los escasos y ralos pelos que le quedan, y se deja caer en la cama, dispuesto a esperar dormido a que lo alcance la siguiente semana.