martes, 19 de febrero de 2008

Cuentos a la carta

¿Cómo?¿Primera parte?
Eh... sí. No he podido acabar este primer capítulo de El Músico, así que, el martes que viene publicaré la segunda parte del primer capítulo... Y todavía no sé si habrá una tercera. Así que, de momento, la votación para el siguiente cuento a la carta sigue abierta aquí. Y aquí, para saber qué es eso de los cuentos a la carta.

El Músico I: Madrid. Primera parte.

Supongo que todo empezó en la fiesta de cumpleaños de Clara. No podría decir exactamente cuántos años cumplía, pero recuerdo con precisión un detalle: fue el último cumpleaños que celebramos sin alcohol. Y recuerdo esto porque, cuando nos enteramos, a todos nos pareció que sería una fiesta bstante aburrida. De hecho, de los veinte agasajados, seis rechazaron la invitación al saber que no habría ni una mísera cerveza. Otros cuatro entendieron mal las instrucciones, y se presentaron en casa de Clara con cerveza y vino; ella les indicó amablemente que el alcohol tendría que esperar fuera, escondido en el jardín del chalet, y ellos amablemente aguantaron poco más de media hora en la fiesta.
Lo cierto es que la celebración cumplió nuestras expectativas: fue un absoluto aburrimiento. Éramos demasiado mayores para jugar al escondite o a las tinieblas; nuestro cuidado vestuario nos impedía practicar algún deporte en el escueto jardín; mojar las patatas fritas en la cocacola había dejado de ser divertido hacía años; y para lanzarnos a los juegos de darse besos y desnudarse nos hacía falta un poco de alcohol: ya no sabíamos hacerlo de otra manera. En menos de dos horas, de los catorce que habíamos ido a la fiesta quedábamos tres: Clara, Juan y yo. En vez de una celebración aquello había quedado en un infierno. Una especie de desierto, en el que sólo había aburrimiento, por muy lejos que intentásemos mirar.
En cualquier otra situación, no habría sido tan malo: Juan era mi mejor amigo, y no necesitábamos mucho para pasar el rato; y Clara, además de muy guapa y muy simpática, y de otras muchas cualidades positivas, normalmente era muy divertida, pero el fracaso de su fiesta la había dejado hundida. Entonces, cuando Juan estaba empezando a darme a entender que ya no aguantaba más, que se iba a ir, que le debía el mayor de los favores, entonces, se oyó una llave entrar en la cerradura y abrir la puerta.
A Clara se le iluminó la mirada: su ojo azul y su ojo verde (el derecho y el izquierdo, respectivamente), se abriero, la sonrisa le llegó de un pendiente al otro, y gritó: "¡Ñako!". Corrió hasta la puerta y de un salto se colgó de un tío alto, melenido, no tan rubio como ella, con la misma expresión en la cara de estar pensando en otra cosa; su hermano, casi diez años mayor que ella.
Clara nos presentó a su hermano Iñaki, estudiante de ciencias geológicas en la Universidad de Salamanca, y en seguida le dijo algo al oido. Juan me miraba con cara de "¡Vámonos!", y nos íbamos a ir, cuando los hermanos nos arrastraron al garaje del chalet, donde Iñaki tenía montada su batería. Nada más verla, a Juan se le pasaron las ganas de salir de allí.
Iñaki se puso a tocar, y su hermana pequeña a bailar. Juan miraba hipnotizado al melenudo, y yo no podía apartar los ojos de Clara. Al final, salimos de aquel chalet alrededor de las dos de la mañana. Yo estaba igual que había entrado, amando a Clara en silencio; Juan acababa de descubrir a qué dedicaría el resto de su vida.