viernes, 20 de junio de 2008

Estampas gijonesas / Semeyes de Xixón (16)

¿Qué día es hoy? ¡Viernes! Y los viernes toca foto, aunque a maite no le guste.

Una vez más, la playa del Arbeyal.


Sin título.


Sin título.

martes, 17 de junio de 2008

Cuentos a la carta

Bueno, pues ahí debajo tenéis el último cuento a la carta. En vista de que nadie ha participado en la última votación propuesta, mejor dejarlo. Os quedáis sin saber lo que ocurre con El Músico, por ejemplo. Vosotros lo habéis querido. A partir de ahora, me limitaré a publicar fotos los viernes, y dejaré de escribir para siempre.

Bueno, para siempre no. Sólo una temporada.

Humberto y Horacio

Al contrario de lo que pudiera parecer al oír sus nombres, ni Humberto ni Horacio eran americanos, ni lo eran sus familias. Y al contrario de lo que pudiera parecer al verlos siempre juntos, nunca fueron pareja.

Humberto era más alto que Horacio, tenía el pelo más largo y más oscuro. Era tímido y patoso, siempre tenía en las manos o los brazos alguna pequeña herida o marca de haberse raspado con algo. Encima, tenía en la cara unas leves manchas rojizas que le hacían parecer eternamente azorado. Aparte de esto, y del aparato en los dientes, no era feo. Y nunca tuvo granos.

Horacio, en cambio, pasada la época de las espinillas quedó bastante resultón. Era extrovertido, simpático, activo y deportista, pero muy impaciente. Nunco pudo leer un libro ni practicar con la guitarra: siempre prefirió jugar al fútbol o lanzarse en patines pendiente abajo.

Los domingos por la mañana se juntaban con Bruno, quien sí era latinoamericano y homosexual, para cantar y tocar la guitarra en el parque. Con el tiempo, llegaron a congregar un pequeño grupo de fieles quinceañeras: Brueno era un gran guitarrista, Humberto no cantaba mal y Horacio era guapo y simpático con ellas.

Era prácticamente imposible ver a Horacio y Humberto por separado en la calle. Se llamaban el uno al otro hasta para el má rápido de los recados. Lo hacían absolutamente todo juntos, desde comprar el pan hasta perder la virginidad (bueno, esto último lo hicieron en habitaciones contiguas).

Este estar siempre juntos acabó por generar ciertos problemas. Resultaba difícil mantener relaciones de pareja cuando la relación entre ellos estaba por encima de cualquier otra cosa; ni Horacio ni Humberto pudieron encontrar una chica capaz de tragar con eso. Lo ideal habría sido topar con unas siamesas, pero no tuvieron esa suerte.

Bien entrados en la veintena, la situación cambió cuando Horacio conoció a Izaskun: pelirroja, psicóloga, comunista, sagitario y una bomba en la cama, o en el asiento de atrás del coche. Así que Humberto, de repente, se había quedado solo en la vida. Siguió tocando y cantando con Bruno en el parque, pero al faltar Horacio en menos de un mes se quedaron sin ese público que había permanecido fiel durante casi diez años.

Se dio a la bebida. Mientras Horacio tenía una vida de pareja plena, con sus arrumacos en el cine, sus planes de futuro y sus abundantes sesiones de sexo, Humberto aprendía a beber alcohol. Los amigos comunes que habían tenido toda la vida no le aportaban lo que Horacio; siempre habían estasdo ahí como de personajes secundarios, y no sabía o no quería profundizar en esas relaciones. Humberto comenzó a salir solo por las noches, a emborracharse y a contratar a prostitutas. Luego dejó las prostitutas y los bares, y empezó a emborracharse en los parques. Al principio con cerveza de importación, luego la más barata, luego el vino en tetra brick.

Una noche, Humbeto camina totalmente borracho por la calle. Es viernes en un barrio apartado de la ciudad: no hay mucho tráfico. Con el brick de vino en la mano, se sienta a descansar en el bordillo. Bebe vino, se queda dormido. Bebe vino y se orina casi sin darse cuenta. Bebe vino.

Esa misma noche, Horacio e Izaskun han aderezado su entcuentro sexual con alguna sustancia prohibida. Han hecho el amor, han discutido y Horacio se ha ido con el coche, dejando a Izaskun sola en el centro de la ciudad. Es la primera vez que discuten tan fuerte. De repente, Horacio se ha dado cuenta de que lleva más de un año si ver siquiera a Humberto, y necesita hablar con él, a ver si así se calma eso que le recorre todo el cuerpo y no le deja estarse quieto. Conduce sin pensar, recorriendo la ciudad como lo haría en patines: no es que no reespete las señales de tráfico, es que no las ve. Llegando a su barrio, tras entrar, sin reparar en ello, en una calle oscura en dirección prohibida, suente que algo golpea el coche. "Una papelera", piensa.

No es consciente de que ya nunca hablará con Humberto.