martes, 23 de septiembre de 2008

Cerrado por enfermedad

Cierro. Lo que está enfermo es mi tiempo libre: ya sabéis que estoy estudiando, se acerca la fecha del examen y no puedo permitirme gastar tiempo en esto. Supongo que algún día volveré a publicar en el blog, pero igual lo dejo ya para siempre. Ya veremos.
De todas formas, aquí seguiré publicando las fotos esas que tanto os gustan. Ya he publicado algunas, y como es una cosa más familiar, de coleguillas, pues me da un poco igual si no os gustan.
Y os dejo la última estampa gijonesa, esta vez con movimiento.

Besos y besas para todos y todas.

La gorda de la minifalda azul

La gorda de la minifalda azul está sentada en un banco del parque, y parece observar a los niños que juegan en el columpio. En realidad, mira mucho más allá, al semáforo que regula el cruce de la calle que lleva al parque con la avenida principal de la zona. Lleva ahí sentada, con la mirada como perdida, más de veinte minutos, con la espalda tiesa y la cabeza fija, los ojos clavados en el cruce.
Entonces ve venir el bemeuve, y se levanta de un salto. Cruza el parque apresurada, casi pisa a un par de críos que se persiguen y se escupen; se para al llegar al columpio, para cerciorarse de que ese es el coche que espera. La rubia del bemeuve rojo la ha visto, y ha levantado, desganada, la mano por encima del parabrisas. Entonces, la gorda de la minifalda azul, llevada por la emoción, sale casi corriendo, y está a punto de tener un accidente al llegar a la pequeña valla que rodea el parquecito: su primera intención es saltarla, pero se arrepiente tarde y frena bruscamente, de modo que choca con la valla y casi cae de bruces al otro lado. Pasa una pierna, luego la otra, y vuelve a salir corriendo hacia el coche descapotado, donde vuelve a ocurrirle lo mismo: su primera intención es saltar la puerta y caer grácilmente en el asiento del copiloto, pero en el último momento se da cuenta de su edad y su condición física. Otra vez frena tarde, esta vez demasiado, y ahora sí que cae dentro del coche, se apoya con las manos para volver a poner los pies en el suelo, mientras la rubia del bemeuve rojo mira al infinito con cara de eterno hastío. Por fin, la gorda de la minifalda azul se acomoda en el asiento, y la rubia del bemeuve rojo dice:
- Pero, ¿qué haces? Voy a aparcar ahí.- y señala una enorme plaza de aparcamiento a seis metros del vehículo.

Unos minutos más tarde, en una terraza cercana, se sientan y la gorda de la minifalda azul intenta desatarse:
- ¡Cuánto tiempo! ¿Dónde has estado, guapa? ¡Tengo tantísimas cosas que contarte! Fíjate, el otro d...
-Me voy.
-...ía, en... ¿Perdona?
- Que me voy. Me vuelvo a Jaén.
-¿Cuándo? ¿Por qué? - A la gorda de la minifalda azul se le empieza a caer el mundo encima.
- Mañana mismo. Por fin he conseguido que me trasladen allí...
- No sabía que querías irte.
- Lo sé, no quise decírtelo.
- ¿Pero por qué? O sea, ¿por qué te vas? Yo pensaba que eras feliz aquí.
- Bueno, al principio no estuvo mal. Pero poco a poco las cosas han cambiado.
- No acabo de entenderte.
- A ver: no soporto a mis compañeros de trabajo. Al principio me esquivaban, y eso me daba igual, pero ahora me putean. Y eso ya no me da igual. Ahora tengo la oportunidad de volver a Jaén y ganar más dinero.
- ¡Pero tú odiabas Jaén!
- A ver, mira, en realidad pasan dos cosas. Tú ya no eres una mujer encantadora siempre dispuesta a ayudar: eres una petarda chillona, pesada y entrometida, me he tenido que cambiar de piso a la otra punta de la ciudad para no verte, y todo el día llamándome... ¡¡Todo el puto día!! Y, además, me he cansado de follarme a tu marido. Al principio tenía gracia, estar desnuda con él mientras hablabas conmigo, pero ese jueguecito ya me aburre, y el pobre no da para mucho más... Así que ahí os quedáis. No creo que volvamos a vernos, al menos yo haré todo lo posible para que no ocurra. ¡Ahí os quedáis!

Y la rubia del bemeuve rojo se levanta y se va, y ahora parece más cabreada que hastiada. Y cuando por fin el descapotable gira y desparece detrás de la esquina, la gorda de la minifalda azul se da cuenta de que todavía no está llorando, y en ese preciso momento se desata, y sus ojos empiezan a chorrear lágrimas que le caen, abundantes, negras de maquillaje, por la caara hasta la blusa blanca, y a pesar de eso nadie se da cuenta de que llora, en la terraza abarrotada, porque hace ya tiempo que aprendió a hacerlo en silencio.