viernes, 26 de septiembre de 2014

Miércoles de primavera

Yo pasaba por ahí todos los miércoles.

Todos los miércoles les veía ahí, abrazados. Él apoyado en la verja del instituto, ella frente a él. Besándose.
Siempre estaban besándose. Y cuando no se besaban, estaban abrazados. Durante todo el curso.

Ese año me dio por llevar una cámara de fotos mientras caminaba por la calle. Iba haciendo fotos, casi siempre sin encuadrar, a veces sin mirar siquiera. Siempre que pasaba frente al instituto y les veía echaba de menos la cámara, quería hacerles la foto.

Sería mayo, o quizá junio ya. Pasé con la cámara preparada: sabía dónde estarían y qué estarían haciendo. Sin embargo, precisamente aquel miércoles de mayo (o quizá junio ya) no estaban besándose, ni abrazados. Estaban enfadados, a más un metro el uno del otro. Hice la foto de todas formas.

Volví a pasar por allí una o dos veces más. No volví a verlos.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Sueños

Para empezar, quiero advertir a quien aún no lo sepa que no creo que los sueños tengan un mensaje, un significado o una predicción. No significan nada, aunque sí están relacionados con los recuerdos almacenados. 

Eso es lo que opino al respecto.

No obstante, últimamente me ocurre algo con los sueños que me llama la atención: sueño mucho con mi padre.

***

Mi madre murió en 2002. Poco después de su muerte, soñé que estábamos en casa, ella y mi padre y mis hermanos y yo. En la casa en la que viví desde que nací hasta los 18 años. O 19. Una situación completamente normal, salvo que yo sabía que algo estaba mal; pero no decía nada a nadie, no fueran a darse cuenta los demás y le pusieran remedio. Es todo lo que recuerdo de aquel sueño.

Mi padre murió en 2012. Poco después de su muerte, soñé que estábamos en casa, él y mis hermanos y yo. En la casa del pueblo, en la que nunca hemos vivido pero siempre hemos pasado las vacaciones, la casa en la que nos juntamos todos desde que ya no vivimos todos juntos. Una situación completamente normal, salvo que yo sabía que algo estaba mal; pero no decía nada a nadie, no fueran a darse cuenta los demás y le pusieran remedio. Es lo que recuerdo de aquel sueño.

No recuerdo haber vuelto a soñar con mi madre. Y si lo he hecho, no me ha llamado la atención. Sin embargo, con mi padre sí. Diría que casi siempre que recuerdo lo que he soñado él ha estado por ahí, y casi siempre mezclando dos situaciones distintas: por un lado yo me escondo de él para hacer lo que sea, como cuando era un adolescente, y por otro lado él aparece perdiendo la memoria, como le pasó los últimos años.

Y no sé. No es que sea relevante pero me apetecía contarlo.

Veinte polvos

Normalmente escribo la reseña de los libros que leo para publicarlas todas juntas al inicio del año siguiente (y cuando digo "normalmente" quiero decir que empecé el año pasado, y, si continúo haciéndolo, en enero publicaré la segunda entrada de este tipo). Pero me acabo de leer un libro y me veo impelido a escribir una entrada aparte sobre él.
El libro es "20 polvos". Y el autor es Rafael Ferández. Su blog es este, y su twitter ahora es este, y este es el que le suspendieron por hacer cosas que no debía.
Rafael Fernández es canario, y vive en Asturias con su mujer ucraniana. Como no encontró editorial que quisiera publicar sus libros, se dedica a la autoedición. Y, claro, eso se nota.
La primera vez que leí algo suyo fue un blog que tenía hace un montón. Igual diez años.Lo descubrí un día, y creo que ya había dejado de escribirlo, y en una semana o así me lo ventilé entero. O casi. Ese blog acabó siendo una novela: Diarios de sexo y libertad. Y lo que leí me encantó, y por eso me alegré cuando volví a dar con él en su blog, que leo regularmente. También lo sigo en twitter.
En cuanto a 20 polvos, lo primero que notas al abrir el libro es que la maquetación es... rara. Aprovecha demasiado la página, dejando un margen muy estrecho. Y aunque el tamaño de la tipografía es bueno, tiene un interlineado de mierda que apretuja las líneas unas contra otras. Feo, muy feo. Cuesta entrar ahí, pero se puede hacer.
También se nota la autoedición en las faltas de ortografía. Se le ha escapado alguna por ahí. Y puede que a vosotros no, pero a mí me desagrada y me incomoda mucho encontrarme faltas. Me sacan de la historia, el texto entero [pieder] pierde credibilidad y verosimilitud. Sí, vale, puede que sea un poco maniático.
Luego está el estilo. Rafael hace una cosa que me pone un poco nervioso: encadena los dos puntos: uno detrás de otro: un párrafo entero: me vuelvo loco: no puedo más. Así que los dos puntos pierden su significado, y en realidad podría poner guiones, almohadillas, líneas verticales o cualquier otro símbolo. No me gusta. Ya lo hacía en aquel blog, es cierto, pero yo no recordaba que fuera tan exagerado.
Y la historia. Nos cuenta en primera persona unos meses de la vida de Sigmundo, su álter ego, un ser mezquino, rastrero, racista, machista, con delirios de grandeza, cuya trayectoria vital coincide en gran parte, al parecer, con la del autor. Y es tan deleznable el personaje que me resulta imposible empatizar con él, así que me da un poco igual lo que le pase. Y, otra vez, no es así como yo lo recordaba. Si bien en mi recuerdo Sigmundo hablaba mal de todas las mujeres con las que se acostaba, no era un personaje tan absolutamente despreciable como ha resultado ser en este libro.
¿Sabéis cuando tienes muchas ganas de leer, ver o escuchar algo, y por fin lo tienes delante, y acabas absolutamente decepcionado? Me pasó con  Sexo en Milán, me pasó con Los Guardianes de la Galaxia, me ha pasado con 20 polvos. Y ahora no sé qué hacer. Por un lado me apetece leer Diarios secretos de sexo y libertad, para ver si cuadra con mi recuerdo, y por otro lado me pide el cuerpo dejar de lado las novelas de Rafael Fernández y seguir leyendo su blog, que suele ser interesante.

[Actualización: Aquí el autor habla de mí sin mencionarme. Me dedica todo un párrafo.]