Lo primero que me llamó la atención de ella fue el chicle. Masticaba el chicle con la boca abierta, y en el largo pasillo de hormigón resonaba el eco de sus mandíbulas estrujando el chicle cada ver que mordía.
Luego su voz, ligeramente ronca, quizá gastada por hablar siempre a gritos. Reclamaba la atención de su acompañante, mirando a un niño, probablemente su nieto, aprendiendo a nadar en la piscina.
Ahí ya pensé que esa mujer era muy desagradable.
Otro día entramos detrás de ella en la piscina. Nos asignaron una taquilla debajo de la suya. Y ahí, la señora, guardando sus pertenencias en la taquilla, mientras el pequeño y yo esperábamos a que se quitara de en medio para acceder a la nuestra, se lo tomaba con calma.
Ahí yo ya le había cogido tirria.
Y entonces cierra su taquilla, y se pone a hablar a voces con otra mujer, sin moverse. Y el niño y yo detrás, a un lado, esperando que se aparte.
Entonces ya echaba de menos el bate de béisbol.
viernes, 4 de noviembre de 2016
La mujer desagradable
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