- Bueno, me voy. Un beso, Clara. Encantado, Ñako.
- Para ti, Iñaki. Hasta la vista.
Así acabó el cumpleaños de Clara.
***
Después de aquel extraño cumpleaños sin alcohol mi mundo empezó a cambiar. Al principio fueron pequeños detalles: Juan me comentó que quería ser músico, así sin darle importancia, un día que habíamos ido al centro a mirar discos en tiendas de segunda mano. Por otro lado, Clara me hacía cada vez menos caso, hasta el punto de que para cuando llegó el verano, y todo empezó a precipitarse, mi presencia para ella había pasado de ser inocua a ser negativa.
A principios de junio, cuando Clara todavía me soportaba, un buen día Juan apareció con una armónica. Decía que lo que le gustaba era la batería. A través de Clara, había conseguido que Iñaki accediera a darle clases: pero él quería ser un músico completo, así que mientras Iñaki acababa de suspender el curso en Salamanca, mi mejor amigo estaría dando la lata continuamente con la armónica.
La noche de San Juan Iñaki volvió a Madrid. Clara y Juan habían ido a comprar algo de comer y de beber, yo me había quedado solo, en un banco, guardando el sitio, no demasiado lejos de la verbena. Le vi acercarse a mí, y con mi más hipócrita sonrisa, todo sea por llevarnos bien y mantener las formas, le dije:
- ¡Hola Ñako!
- Para ti, Iñaki. ¿Has visto a mi hermana?
- Eh... - No sabía qué responder, y entonces los vi venir- mira... allí viene...
Al verle, tanto Clara como Juan (mi mejor amigo) gritaron "¡Ñako!", y ella vino corriendo hacia él. Pude observar y escuchar la conversación entre los tres, típica conversación de reencuentro (cuándo has venido, hasta cuando te quedas, estás más delgada, a ver si te afeitas...) y tres veces, tres, Juan llamó Ñako al hermano de Clara. Ahí empecé a rumiar mala sangre.
Esa triste noche acabó con un servidor gravemente intoxicado, y Juan, mi mejor amigo, cuando creía que los vapores etílicos me impedían verlo, cogía a Clara de la mano. Y ella le miraba a la cara, y sonreía. Entonces yo intentaba beber más cerveza, o vomitar un poco más. Así hasta que me abandonaron en mi portal, absolutamente borracho y enfermo de odio y rabia, de tanto rumiar tan mala sangre.
Tardé varios días envolver a ver al que hasta entonces había venido siendo mi mejor amigo. Ahora, además de llevar a todas partes la armónica, invento del diablo, llevaba también un par de baquetas, y en cuanto parábamos en algún sitio deba el coñazo con lo uno o con lo otro. Tan concentrado estaba repitiendo los ejercicios que le había enseñado Ñako (Iñaki para mí) con los palillos, que se le olvidó que me debía, al menos, una explicación.
La ruptura final llegó una o dos semanas más tarde, ya metidos de lleno en el verano, mediados de julio, días de chanclas y piscina municipal, porros a escondidas y noches calurosas con los amigos en un banco, en un parque. Una de esas noches me quedé solo con Juan, sabiendo que tendría bronca en casa por llegar tan tarde, pero quería, de alguna manera, darle la oportunidad de hablar de ello. Ya no quería una disculpa, ni una explicación, me bastaba con que habláramos de ello; esa sutil forma de admitir que algo había pasado entre él y yo, en el momento en que Clara había pasado de ser la chica que me gustaba a ser su novia.
Pero no dijo nada. Al menos, no dijo nada sobre ese asunto. Habló mucho sobre muchas vanalidades, especialmente sobre la (su) armónica, la batería que aún no se había comprado, y la música que haría en un futuro.
- Y, oye, no me llames Juan.
- ¿Cómo?
- Que no me llames Juan.
- ¡Pero es que te llamas Juan!
- Ya... Es que Juan es un nombre muy vulgar. Como llamarse Jose, ¿sabes? No mola. Así que he pensado que me lo voy a cambiar.
- ¿Cómo quieres que te llame? ¿Iñaki?
- ¡No hombre! He pensado traducirlo. En inglés, John o Johnny, está muy visto, no mola.
- ...
- En francés, Jean, pues tampoco, que suena muy afeminado.
- Pfffffffff... ¿En italiano?
- Pues sería Giacomo, ¿no? Como que tampoco.
- ¿Entonces?
- En irlandés: Sean. Además, tengo una tía irlandesa, así que...
- No me jodas. Un primo de tu padre estuvo casado con una irlandesa, y se divorciaron. No tienes ninguna tía irlandesa.
- Bueno, pero eso no lo sabe nadie más que tú, y a mí Sean me mola. Y a ti nadie te dijo nada cuando quisiste dejar de ser Paco y llamarte Fran.
- A mí todo el mundo me llama Paco.
- Bueno, joder, pues yo quiero llamarme Sean.
Por no llamarle Sean, no lo volví a llamar.
Fue la última vez que hablé con él. Estuve esquivándole como seis meses, hasta que nos acostumbramos a evitarnos. Por lo que supe, siguió con la armónica, se compró una batería y consiguió que todos le llamaran Sean. Su relación con Clara duró por lo menos mientras tuve noticias de ellos, y años después de perderle definitivamente de vista me lo encontré en la portada de una revista musical.
Pues te digo que me ha molado la historia, la he leido muy interesada, pero se me ha hecho muy corta. Au
ResponderEliminarJolín, corta. Pues nada, quedan otros tres capítulos, pero ya te advierto que el tercero y el cuarto son muy cortos, casi anecdóticos. El segundo tendrá un poco más de chicha, más o menos como las dos partes del primero.
ResponderEliminarY muchas gracias wapa.