miércoles, 18 de abril de 2007

ARANCHA

- ¿Qué buscas?
- La respuesta a esa pregunta, o la felicidad; lo que antes encuentre.
Arancha me miró como sólo ella sabía mirar, y se fue.

En realidad yo buscaba la china que se me había caido en el mismo centro del bar, pero me pareció una respuesta demasiado prosaica para ella. Porque Arancha era un mujer excepcional, en lo físico y en todo lo demás. Morena, no demasiado alta, sus tetas eran una invitación a la lujuria, y aún así no eran su mayor atractivo. Lo realmente excepcional de esa chica era su mirada. Oculta (o tal vez reforzada) por unas gafas a la última moda, esa mirada era capaz de leer mis más recónditos pensamientos, encender mis bajas pasiones, desnudar mi alma, paralizar mis palabras y anular mi capacidad de reacción. O sea: cada vez que me miraba a los ojos no me quedaba más opción que callar la boca y desviar la mirada, al tiempo que me sonrojaba como nunca habéis visto sonrojarse a alguien.

Aquella noche de verano Arancha llevaba un pantalón blanco que transparentaba lo justo para que pudiésemos adivinar su tanga, tanga que a finales de los 90 todavía tenía su puntito transgresor. Arancha era la camarera de aquel bar, que se llamaba precisamente "Aquel Bar". Y otra característica excepcional de Arancha era que nos trataba bien. A mí y a mis amigos, veinteañeros recientes, que ni éramos guapos, ni simpáticos, ni graciosos, ni por supuesto teníamos dinero... Frente a un montón de clientes guapos, simpáticos, graciosos y acaudalados, Arancha había elegido guardar para ellos sus caras de asco infinito y ser simpática y agradable con unos chavalotes como nosotros.

Así que no encontré la china, y como mis compañeros estaban enzarzados en una partida de billar, y Arancha demasiado ocupada a esa hora de la noche como para invitarme a otra cerveza, llené de agua un vaso de mini y salí a respirar un poco de aire fresco de verano que se acaba, principios de septiembre. Y ahí, sentado en el banco que había al otro lado de la calle, justo enfrente de la puerta de Aquel Bar, preso de diversas sustancias ingeridas, me sumí en un ataque melancólico-depresivo: el verano que se acaba, otro año que pasa, no sé qué voy a hacer con mi vida, etc. En el fondo, lo único que me pasaba es que estaba sólo, aburrido, y no había ligado ni un poquito en todo el verano.

Ahí esperé. Los clientes de Aquel Bar empezaron a salir. Luego salieron mis amigos, que intentaron llevarme a casa. Luego salió más gente. Luego llegó un japonés, y al rato salieron Arancha y el japonés cogidos de la mano.

Luego me fui.

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