Villanueva es un pueblo que tiene una piscina. Es una piscina cubierta, más o menos nueva, adosada al polideportivo de toda la vida, que es, evidentemente, mucho más antiguo.
En Villanueva reside desde hace cuatro o cinco años Cándido Morán Bermúdez, funcionario de Correos, miope, rubio y madridista; padre de dos hijos a los que ve cuando le obligan, bebedor ocasional y cliente habitual de Serenade, el menos casposo de los burdeles cercanos.
Cándido nunca ha tenido amigos en Villanueva. No ha conseguido entablar relación con ninguno de sus compañeros de trabajo, ni con otros habituales del Serenade, fuera de esos ámbitos. En general, sus vecinos siempre han pensado que hay algo oscuro en la intimidad de Cándido.
El señor Morán también hace deporte: acude a la piscina municipal de Villanueva dos o tres veces por semana, hace veinte o treinta largos, y se va. A esta piscina suele acudir también Verónica Borrell Valverde, también funcionaria, también forastera, pero más simpática, joven, guapa e integrada en la comunidad que el cartero.
Vero es licenciada en veterinaria, pero trabaja en la administración de justicia, desarrollando alguna labor administrativa en el juzgado de Villanueva. Se sabe guapa, se cuida, y le gusta lucirse. Comparte piso con Isabel Carvajal García, y con Silvita, hija sin padre de esta última. No falta quien comente que comparten algo más que el piso.
Vero, Isabel y Silvita acuden semanalmente a la piscina municipal, al cursillo de natación para niños de 1 a 3 años. Como el curso se desarrolla en una piscina de 70 centímetros de profundidad, la veterinaria quiso obviar la norma que obliga al uso de gorro de baño. El monitor del cursillo no quiso entrar en razón, así que ahora Verónica se pone el gorro de baño como un solideo.
Y entonces llegamos a Lo que pasó.
Lo que pasó es que el sábado por la mañana, Cándido se levantó ligeramente resacoso: el viernes había hecho una visita al Serenade y se le había hecho tarde. Así que decidió quemar la resaca en la piscina, castigarse haciendo unos largos mientras planeaba cómo perder el tiempo el resto del fin de semana. Y ocurrió que, al salir del agua, vio a Verónica, tan joven, tan guapa, luciendo ese escaso bikini... Y pasó a la ducha, y bajo el chorro de agua caliente, sedado por la resaca y el cansancio, se ensoñó pensando en la veterinaria del juzgado, y de eso pasó a ensoñarse en las actividades de la noche anterior, y de eso pasó a sentir una intensa erección, y de eso pasó a darse cuenta de que su mirada perdida estaba clavada en un niño al que duchaba su padre, y de eso pasó a recibir una mano de hostias que lo mandó al hospital.
En Villanueva reside desde hace cuatro o cinco años Cándido Morán Bermúdez, funcionario de Correos, miope, rubio y madridista; padre de dos hijos a los que ve cuando le obligan, bebedor ocasional y cliente habitual de Serenade, el menos casposo de los burdeles cercanos.
Cándido nunca ha tenido amigos en Villanueva. No ha conseguido entablar relación con ninguno de sus compañeros de trabajo, ni con otros habituales del Serenade, fuera de esos ámbitos. En general, sus vecinos siempre han pensado que hay algo oscuro en la intimidad de Cándido.
El señor Morán también hace deporte: acude a la piscina municipal de Villanueva dos o tres veces por semana, hace veinte o treinta largos, y se va. A esta piscina suele acudir también Verónica Borrell Valverde, también funcionaria, también forastera, pero más simpática, joven, guapa e integrada en la comunidad que el cartero.
Vero es licenciada en veterinaria, pero trabaja en la administración de justicia, desarrollando alguna labor administrativa en el juzgado de Villanueva. Se sabe guapa, se cuida, y le gusta lucirse. Comparte piso con Isabel Carvajal García, y con Silvita, hija sin padre de esta última. No falta quien comente que comparten algo más que el piso.
Vero, Isabel y Silvita acuden semanalmente a la piscina municipal, al cursillo de natación para niños de 1 a 3 años. Como el curso se desarrolla en una piscina de 70 centímetros de profundidad, la veterinaria quiso obviar la norma que obliga al uso de gorro de baño. El monitor del cursillo no quiso entrar en razón, así que ahora Verónica se pone el gorro de baño como un solideo.
Y entonces llegamos a Lo que pasó.
Lo que pasó es que el sábado por la mañana, Cándido se levantó ligeramente resacoso: el viernes había hecho una visita al Serenade y se le había hecho tarde. Así que decidió quemar la resaca en la piscina, castigarse haciendo unos largos mientras planeaba cómo perder el tiempo el resto del fin de semana. Y ocurrió que, al salir del agua, vio a Verónica, tan joven, tan guapa, luciendo ese escaso bikini... Y pasó a la ducha, y bajo el chorro de agua caliente, sedado por la resaca y el cansancio, se ensoñó pensando en la veterinaria del juzgado, y de eso pasó a ensoñarse en las actividades de la noche anterior, y de eso pasó a sentir una intensa erección, y de eso pasó a darse cuenta de que su mirada perdida estaba clavada en un niño al que duchaba su padre, y de eso pasó a recibir una mano de hostias que lo mandó al hospital.
La historia esta muy bien pero el final ha sido tan rapido que me he quedado con ganas de más...
ResponderEliminarSi es que... enganchas... enganchas...
;)
Yo por una vez y sin que sirva de precedente estoy de acuerdo con Kris :)
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