viernes, 11 de agosto de 2017

Maguila y el Gori

Maguila  y el Gori eran hermanos. Les llamaban así porque ambos tenían un aire simiesco en la forma de caminar: la postura de las manos, la zancada, el movimiento de los hombros... No sé qué era exactamente, pero veías andar a cualquiera de ellos y te venía a la cabeza la imagen de un gorila.
Aparte de eso, y de la delgadez que  también compartían, eran muy diferentes. Maguila, el mayor, era más alto, más feo, y parecía menos inteligente. El Gori, si  bien era más bajo, no solo era más guapo, era más atractivo. Era atractivo sin más, sin necesidad de compararlo con su hermano.
El que era mi amigo era el Gori. A Maguila lo conocía, claro, y muchas veces venía con nosotros, pero era un poco de otro mundo. Andaba siempre con los esprays, decorando la cuidad con sus obras de arte. Sin ser yo un entendido en grafitis, lo que hacía me parecía bastante bueno. El Gori, sin embargo, no tenía inquietudes artísticas. Era más, como yo, de beber cerveza y comer pipas en un parque cualquiera. 
Tenían una prima, Patricia. Aspirante a modelo y camarera en un garito nocturno. No era especialmente guapa, pero a mí me gustaba. No es que estuviera enamorado de ella, ni mucho menos. De todas formas era una chica molona, y yo no, así que era imposible que llegásemos a ser ni siquiera amigos. A Maguila no le caía muy bien, yo no sabía por qué, y la evitaba todo lo que podía.

Una noche de primavera coincidimos en una fiesta en casa de algún amigo común de Maguila y Patricia. Maguila no sabía que iba a ir su prima, claro, y en cuanto la vio se le puso mala cara. No sé muy bien qué pintaba yo ahí, había un montón de gente desconocida (odio a la gente desconocida, especialmente así, todos  de golpe; a mí presentádmelos de uno en uno) y yo me sentía un poco aislado. Así que cuando tuve la oportunidad entablé conversación con Patricia; así estábamos, comenzando una charla absurda en la que yo no sabía qué  decir, pero no la dejaba marchar, cuando conocí a Luis, y nada más conocerle le odié profundamente (luego veréis que el cabrón lo merecía): antes de que cerrara la puerta, Patricia le vio, gritó ¡LUIIIIIIIIS!, y se olvidó de mí. Él se acercó, se dieron un pico, y empezaron a contarse sus vidas como si yo no estuviera ahí. Así que me alejé, cogí algo de beber y me fui a buscar al Gori, al que afortunadamente hallé jugando a la play con otros dos chavales. Me uní a ellos.
Ya no me moví de ahí. El Gori tampoco. Los demás iban y venían, cambiábamos de juego, bebíamos, fumábamos, comíamos algo, pero nos hicimos fuertes frente a la play hasta que acabó la fiesta. Pasó por ahí un individuo, horrible, que había  venido con Luis. Me cayó igual de mal. Para empezar, su ropa: camisa, jersey de pico, zapatos. Nosotros éramos, sobre todo yo, de camiseta vieja y rota, botas de baloncesto, camisas de franela. Pero lo peor era la actitud, ese aire de estar por encima de nosotros, de saber más, de hacerlo todo mejor, de no sabéis divertiros. Afortunadamente, como él sí sabía divertirse, no pasó mucho tiempo en el rincón de la play.
Corría la cerveza, corría el calimocho, corría el hachís. La gente empezó a marcharse, el Gori se quedó dormido, y de repente estábamos jugando solos Maguila y yo. Joder, hasta el dueño de la casa se había marchado. 
Maguila estaba raro. Había estado vigilando a Patricia toda la noche, pero no se había acercado a ella. Apenas le había visto beber, fumar o comer, pero tenía  los  ojos vidriosos clavados en la tele, como si le diera miedo mirar a otro lado. Yo, en cambio, había bebido, comido y fumado lo mío y lo suyo, así que también tenía los ojos vidriosos. Me faltaba poco para quedarme dormido como el Gori, estaba en ese punto en que no puedes hablar. 
Y entonces oímos un ruido, una especie de gemido, un golpe, no sé. Un ruido que llamó mi atención, miré a Maguila y clavó los ojos en la pantalla, como si mirándola muy fuerte el resto del mundo se fuera a apagar, a desvanecer, a dormir. Yo no entendía nada. En mi estado, claro, tampoco habría entendido un episodio de Barrio Sésamo. Así que fui a levantarme para ir a ver, y Maguila me miró, muy serio, y dijo algo así como "déjalo", o "no vayas", o no sé. Hice un titánico esfuerzo, señalé con el pulgar y murmuré: "baño". "Tú verás", me dijo, así que  fui al baño antes de ir a mirar qué podía haber sido ese ruido. 
No sé cuánto pude tardar en salir del baño. A mí se me hizo eterno. Cuando salí, fui a la cocina, no había nada ni nadie. Las dos habitaciones estaban a oscuras, con la puerta entornada. Miré en la primera, y estaba vacía. Así que me acerqué a la segunda, despacio, con el corazón a mil, como en una película de miedo, pensando en bucle qué estará pasando para que Maguila sepa qué ocurre y no quiera decirlo, ni darle importancia, pero se le nota que le importa y parece grave. La puerta estaba casi cerrada del todo, y al acercarme ví que no estaba a oscuras, había una luz muy tenue. Miré por la rendija de la puerta, y los vi.
Estaban los tres: Luis, Patricia y el amigo pijo. Los tres con los pantalones (y lo que no son los  pantalones) bajados. Luis estaba sujetando las manos a Patricia, que no parecía muy a gusto con la situación, ni muy capacitada para oponerse. El pijo tenía los tobillos de Patricia sobre el hombro, y parecía pasarlo muy bien. 
Me quedé paralizado. No supe qué hacer. Y no creo que fuera solo por el alcohol y los porros. Así que hice como que no había visto nada, volví a la play y le dije a Maguila: "Tío... Me voy". Despertamos como buenamente pudimos al Gori y nos fuimos los tres.

2 comentarios:

  1. ¡qué peligro tenían esas fiestas en casa de!...ahora hace falta saber lo que ocurrió a la mañana siguiente...

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